Nuestra Historia a partir de Rabelais
Iniciábase entonces la estación de las vendimias, en los comienzos del otoño, y los pastores de la comarca estaban dedicados a guardar las viñas para impedir que los estorninos se comiesen las uvas. Acertaron a pasar por allí los pasteleros de Lerné, que llevaban a París diez o doce cargas de tortas. Los pastores les requirieron cortésmente para que por dinero y al precio usual les vendiesen algunas, porque son bocado celestial para el desayuno las uvas con algunos de estos pasteles tiernos, bien se trate de moscateles, de garnachas o de cierta clase de ellas para quienes padecen de estreñimiento, pues les hacen andar ligeros como flechas hasta el extremo de que muchas veces cuando se quieren peer se cagan, y por esto a dichas uvas se las llama los médicos de los vendimiadores.
(Del capítulo 25 de Gargantúa: Cómo Se Produjo Entre Los Pasteleros De Lerné Y Los Del País De Gargantúa Un Gran Debate, Del Que Se Derivaron Grandes Guerras)
En el párrafo citado Rabelais hace referencia a uno de sus temas preferidos, el gran misterio de la parte inferior del cuerpo, es decir nuestra parte más terrena literalmente hablando. La vida y la muerte están en directa relación con nuestra mitad de abajo, por allí nacemos, por allí devolvemos lo que nos sobra en la forma de excrementos, los que se convertirán en tierra, y los que también son un recordatorio cotidiano de la frase bíblica polvo eres y en polvo te convertirás.
Sin embargo, y este es el sentido en el que los excrementos son aludidos en el mundo medieval y renacentista, hay que tener en cuenta que el ciclo de los excrementos no termina en el polvo, los excrementos siempre vuelven a ser un sustrato de vida (es inevitable). Es por esto que durante los carnavales medievales en el oficio realizado por el obispo de la risa se usaban excrementos en lugar de incienso, después este obispo (que por supuesto no era obispo) era paseado por la ciudad en una carreta con excrementos que eran luego lanzados a los espectadores por los curas que lo acompañaban (que tampoco eran curas). Nada había de grosero en este ritual carnavalesco debido que todos sabían el sentido que tenía el gesto. El ciclo de la vida incluía la muerte y la otra vida, y el cuerpo y sus funciones era visto como algo natural.
En el siglo XVIII, el racionalismo acaba con estos ritos populares y por primera vez en la Historia de la Humanidad surge el cinismo y la grosería en torno a la forma de considerar el cuerpo humano y sus funciones. Como ejemplo basta leer tan sólo algunas páginas del marqués de Sade.
Luego en el siglo XIX, se produce una reacción contra el liberalismo del siglo anterior y surge la hipocresía del periodo victoriano en el que todo lo corporal se esconde y las funciones del cuerpo son nombradas con eufemismos. En el siglo XX, la tendencia es volver a recuperar las bondades de un liberalismo perdido, pero lo verdaderamente perdido ha sido la forma tradicional y natural en la que el ser humano se relacionaba con su cuerpo y con la vida.
A comienzos del siglo XXI nos acercamos cada vez más a la visión de un cuerpo como material utilitario casi desechable. Nos movemos entre los extremos de la obesidad mórbida y la anorexia. Todos los olores naturales deben ser borrados, todas las narices deben ser respingadas, todas las mujeres deben ser rubias y tener implantes de silicona, nadie debe envejecer. La relación de los seres humanos con el ciclo natural de la vida se rompió, ahora negamos la adultez y renegamos de la ancianidad. La juventud es eterna, por lo menos hasta que seamos viejos. Y en cuanto a nuestra relación con la muerte es duro decirlo, pero creo que también hemos olvidado como morir con dignidad y no como un bulto conectado a un montón de tubos en una cama de hospital.
¿Es lo que llaman progreso y modernidad?
(Del capítulo 25 de Gargantúa: Cómo Se Produjo Entre Los Pasteleros De Lerné Y Los Del País De Gargantúa Un Gran Debate, Del Que Se Derivaron Grandes Guerras)
En el párrafo citado Rabelais hace referencia a uno de sus temas preferidos, el gran misterio de la parte inferior del cuerpo, es decir nuestra parte más terrena literalmente hablando. La vida y la muerte están en directa relación con nuestra mitad de abajo, por allí nacemos, por allí devolvemos lo que nos sobra en la forma de excrementos, los que se convertirán en tierra, y los que también son un recordatorio cotidiano de la frase bíblica polvo eres y en polvo te convertirás.
Sin embargo, y este es el sentido en el que los excrementos son aludidos en el mundo medieval y renacentista, hay que tener en cuenta que el ciclo de los excrementos no termina en el polvo, los excrementos siempre vuelven a ser un sustrato de vida (es inevitable). Es por esto que durante los carnavales medievales en el oficio realizado por el obispo de la risa se usaban excrementos en lugar de incienso, después este obispo (que por supuesto no era obispo) era paseado por la ciudad en una carreta con excrementos que eran luego lanzados a los espectadores por los curas que lo acompañaban (que tampoco eran curas). Nada había de grosero en este ritual carnavalesco debido que todos sabían el sentido que tenía el gesto. El ciclo de la vida incluía la muerte y la otra vida, y el cuerpo y sus funciones era visto como algo natural.
En el siglo XVIII, el racionalismo acaba con estos ritos populares y por primera vez en la Historia de la Humanidad surge el cinismo y la grosería en torno a la forma de considerar el cuerpo humano y sus funciones. Como ejemplo basta leer tan sólo algunas páginas del marqués de Sade.
Luego en el siglo XIX, se produce una reacción contra el liberalismo del siglo anterior y surge la hipocresía del periodo victoriano en el que todo lo corporal se esconde y las funciones del cuerpo son nombradas con eufemismos. En el siglo XX, la tendencia es volver a recuperar las bondades de un liberalismo perdido, pero lo verdaderamente perdido ha sido la forma tradicional y natural en la que el ser humano se relacionaba con su cuerpo y con la vida.
A comienzos del siglo XXI nos acercamos cada vez más a la visión de un cuerpo como material utilitario casi desechable. Nos movemos entre los extremos de la obesidad mórbida y la anorexia. Todos los olores naturales deben ser borrados, todas las narices deben ser respingadas, todas las mujeres deben ser rubias y tener implantes de silicona, nadie debe envejecer. La relación de los seres humanos con el ciclo natural de la vida se rompió, ahora negamos la adultez y renegamos de la ancianidad. La juventud es eterna, por lo menos hasta que seamos viejos. Y en cuanto a nuestra relación con la muerte es duro decirlo, pero creo que también hemos olvidado como morir con dignidad y no como un bulto conectado a un montón de tubos en una cama de hospital.
¿Es lo que llaman progreso y modernidad?
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